Por: Mónica Zas Marcos
En La fábrica de cretinos digitales, el neurocientífico francés Michel Desmurget defiende que las nuevas generaciones son las primeras con un cociente intelectual menor que el de sus padres, en parte, debido al uso excesivo de la tecnología y las pantallas. El provocativo título del libro plantea que los dispositivos digitales están afectando al desarrollo cognitivo de los niños y adolescentes. El actual director del Instituto Nacional de Salud francés, que también ha colaborado en prestigiosos centros de investigación como el Massachussets Institute of Technology (MIT) o la Universidad de California, escribe que “el cociente intelectual y el desarrollo cognitivo disminuyen cuando aumenta el uso de la televisión y los videojuegos”.
Para establecer la comparación con la generación anterior, Desmurget acude al efecto Flynn, una teoría que se basa en la subida anual de las puntuaciones de cociente intelectual a lo largo de los siglos XX y XXI. En su investigación inicial, el psicólogo James Flynn, que le da nombre, quería demostrar que las personas blancas no eran más inteligentes que las negras en una época en la que estos análisis sesgados estaban a la orden del día. Por el camino, desveló un aumento sustancial y sostenido del cociente intelectual en países de diversas partes y culturas del mundo. Aunque las implicaciones del efecto Flynn han sido tomadas con cautela por parte de la comunidad científica, algunos han recurrido a él para defender su efecto inverso en los últimos años.
“Es verdad que el cociente intelectual está fuertemente afectado por la salud, la escuela o la nutrición. Pero en países donde los factores socioeconómicos se han mantenido bastante estables durante décadas, el efecto Flynn ha comenzado a reducirse. En ellos, los “nativos digitales” son los primeros niños que presentan un CI más bajo que el de sus padres. Es una tendencia que se ha documentado en Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Francia, etc.”, defendía Michel Desmurget en una entrevista con la BBC. No obstante, han aparecido otros estudios que demuestran que esta bajada se registra desde 1975. E incluso si la teoría de Desmurget fuese cierta, ¿hasta qué punto se le puede atribuir a las nuevas tecnologías?
A debate: la demonización de la tecnología
“Existe un doble extremismo con las tecnologías y las investigaciones han caído en un limbo muy sesgado”, defiende Jordi Martí, asesor técnico en la Dirección General TIC de la Consejería de Educación valenciana. “Sería como decir que los coches son los culpables de los accidentes, cuando en realidad depende de cómo los uses o de qué tipo de coche sea. En el caso de la tecnología, ocurre lo mismo”, compara. “Hoy en día hay alumnado bueno y malo, igual que hace 20 o 50 años, y en él hay gente muy válida que juega mucho a videojuegos y otros que no la usan tanto y obtienen peores resultados”, explica. En su opinión, hay otras causas socioeconómicas que repercuten en el fracaso escolar, como la pobreza o la contaminación.
Para ser justos, en La fábrica de cretinos digitales, Desmurget esboza más razones y amplía el efecto de la tecnología en relación a su uso, diferenciando el educativo del recreativo. “El problema es que el mundo actual es digital y la realidad es digital. Y toda competencia que no sea digital, es solo un hobby”, opina Ernesto Fernández, neurocientífico y CEO de IteNLearning, una red de laboratorios de implantación de la tecnología en la educación. “Es fundamental que su uso sea reflexivo y ético, en lugar de impulsivo”, advierte.
“El desafío de la educación no es tanto mejorar el uso de las tecnologías, sino lograr una presencia atenta”, dice José Ramón Ubieto, profesor de Psicología en la Universitat Oberta de Catalunya (UOC) y autor de los libros Del padre al iPad y Niñ@s Hiper. De lo que sí hay mayor evidencia científica es de que con el papel se aprende mejor, mientras que las pantallas invitan a una lectura en diagonal. “El uso de móviles y tablets en la escuela tiene efectos sobre la comprensión lectora, porque favorece la dispersión y empobrece las habilidades sociales”, arguye el psicólogo. “Pero nos pasa a todos: empezamos buscando una noticia y acabamos mirando los deportes o el horóscopo, porque la lógica algorítmica de estos dispositivos está programada para que nunca nos desconectemos”, explica Ubieto, apelando a la economía de la atención.
“Entre la presencia y lo virtual, mi hipótesis es que encontraremos fórmulas híbridas en casi todo: salud, lazos sociales, educación, sexualidad. Lo virtual va a tomar cada vez más peso, pero tendremos que buscar la buena fórmula”, apuesta el experto de la UOC. “La tecnología tiene que coexistir en las aulas con los libros y los métodos de siempre”, aporta Martí. El creador de IteNLearning, Ernesto Fernández, añade que “lo más importante es que en un colegio haya zonas digitales y otras no digitales” para lograr el equilibrio entre ambas.
A debate: ¿existen los nativos digitales?
El siguiente debate radica en el término “nativo digital”. El norteamericano Mark Prenksy, escritor y fundador de Games2train, compañía de aprendizaje basada en el juego, defiende el concepto para denominar a los estudiantes “que han nacido y se han formado utilizando la particular lengua digital de juegos por ordenador, vídeos e Internet”. También habla de los “inmigrantes digitales”, aquellos que no han vivido tan intensamente el aluvión de las nuevas tecnologías, pero se han tenido que poner al día. Aunque los términos acuñados por Prenksy son de uso común, existe una corriente cada vez más amplia en contra de ambos.
Ubieto niega la mayor: “No existen porque nadie nace en una tablet. La idea sonó bien en su momento, pero es un error usarlo porque confunde”. En su opinión, “los adultos somos los que les iniciamos en las tecnologías y no en todas porque la brecha digital no pasa tanto por la edad, como por las desigualdades sociales”, opina el psicólogo de la UOC. Además, si bien asume que lo digital tendrá una gran influencia en la generación actual, piensa que “es tramposo medirles a todos con la misma vara, porque dentro de cada generación hay tantas personas diferentes que se parecen entre ellas como un huevo a una castaña”.
También Fernández, neurocientífico, piensa que es una “expresión absurda” porque “la genética del cerebro no ha cambiado”. “Los nativos digitales no existen e incluso el que acuñó el término se retractó”, dice Martí refiriéndose a Prenksy, “más bien viven en un mundo en el que hay tecnología en todas partes”.
A debate: el tipo de inteligencia que mide el CI
La última pega que los especialistas ponen a la teoría del efecto Flynn inverso de Desmurget es que se basa en el cociente intelectual. “Son unos test muy perversos, porque tienen en cuenta la agilidad mental, pero no el contexto. En los años 70, en EEUU, estos test dieron como resultado que los negros y los hispanos eran menos inteligentes que los blancos. Dan conclusiones que no son ciertas. Podemos hablar de aprendizaje o de habilidades, pero hoy en día ni siquiera está definido el concepto de inteligencia”, critica Jordi Martí. “El cerebro dice parte de lo que eres, pero la otra parte la constituye el ambiente”, añade.
El neurocientífico Ernesto Fernández coincide en este punto con Martí. “La construcción de las redes neuronales del cerebro se basa en dos cosas: la genética, que es muy democrática y te toca en la tómbola; y el entorno socioeconómico o cultural, que condiciona incluso más que la genética”, añade. Sin embargo, él sí es partidario de los test de cociente intelectual para al menos medir una parte de la inteligencia. “La inteligencia tiene tres componentes: emoción, percepción y cognición. La cognición consiste en tener buenas redes neuronales para el lenguaje verbal y las matemáticas; la percepción no es objetiva, está sesgada; y las emociones generan una llamada a la acción que debemos ser capaces de regular. Para medir la inteligencia cognitiva, el CI es importante”, opina.
Respecto a la bajada de los resultados, cree que “hace 50 años no había colegios para todo el mundo, así que se les midió el cociente intelectual a una parte de la población muy concreta”. Martí argumenta por eso que “los resultados de CI siempre van a estar contaminados” y que así la teoría de Michel Desmurget pierde validez. El profesor alude a la dificultad de dar un valor numérico a la inteligencia y situarlo por encima de ciertas habilidades sociales, por ejemplo. “Es una tesis falsa de partida, basada en una población errónea y a la que se le ha hecho un test que no toca, pero sirve para vender libros”, concluye el portavoz valenciano.